sábado, 2 de febrero de 2013

El precursor del IVA en el siglo XIX

En 1963 fue abolido el polémico impuesto de Consumos, que gravaba las 'cosas de comer, beber y quemar'

Valencia tenía en las entradas a la ciudad unos cincuenta fielatos que empleaban a 400 consumeros y cada año recaudaban 60 millones de pesetas

El año 1963 se estrenó con la desaparición definitiva del impuesto de Consumos, uno de los más impopulares que han existido y cuya trayectoria fue intermitente, desde que se implantó a mediados del siglo XIX, porque motivó revueltas que obligaron a diferentes gobiernos a suprimirlo. Como hizo Canalejas en 1911, aunque la necesidad recaudatoria hizo que posteriormente se resucitara.

Se llamaba este arbitrio de Consumos, y consumeros a los funcionarios que controlaban su aplicación cotidiana, porque era una tasa que gravaba directamente los artículos de primera necesidad, las cosas 'de comer, beber y quemar', como se decía en aquel entonces. Artículos básicos que entraban todos los días en las poblaciones, la comida sobre todo, que era lo que más circulaba y se hacía notar, y también los combustibles del momento: leña, carbón, petróleo...

El rigor en su aplicación era desigual y aumentaba proporcionalmente al tamaño de cada población. En las ciudades grandes tenía mayor importancia y se regía esto con más dureza, porque era lógico que todos los abastecimientos para consumo general llegaran de fuera, por lo que era más fácil controlar las entradas. También la necesidad presupuestaria es comparativamente mayor en grandes núcleos urbanos. Sin embargo, las cosas cambiaban mucho en los pueblos, que apenas se recaudaban por este concepto.

La ciudad de Valencia tenía a su alrededor lo que se denominaba una 'línea fiscal', compuesta de 18 puestos fijos 'de planta', situados en las vías principales acceso, en el puerto, en las estaciones de tren... (resto de aquello son los edificios municipales que hay en la plaza de Zaragoza, frente a la antigua estación de Aragón). Además había una treintena de puestos de menor rango, llamados 'registros', en carreteras y caminos de segundo orden.

Estas instalaciones funcionaban como auténticas barreras aduaneras municipales y era un clamor que su permanencia constituía un freno al libre comercio. Se llamaban también popularmente fielatos (todavía se recuerda alguna ubicación por ese nombre, como el cruce de Tránsitos y calle Sagunto), porque entre sus cometidos figuraba también el de revisar que básculas, romanas y medidas de volumen pesaran y midieran con fidelidad.

En realidad, aquel impuesto ideado en el siglo XIX fue como el precursor del IVA actual, porque gravaba las compraventas, y su funcionamiento resultaba a menudo tan controvertido como el de ahora.

En su última etapa ya no se llamaba impuesto de consumos, habían preferido utilizar el eufemismo de una supuesta inspección sanitaria, y las propias instalaciones de control se llamaban 'estaciones sanitarias', por más que el funcionamiento práctico era el de siempre, incluidos frecuentes ataques anónimos contra las casetas, lo que se había convertido en los últimos tiempos en un «deporte», como explicaba LAS PROVINCIAS al informar del punto final de la tasa y recordar las algaradas que suscitó.

El Ayuntamiento de Valencia recaudaba por este concepto unos 60 millones de pesetas anuales en la última etapa. Los 400 consumeros empleados en tales tareas se recolocaron en otras funciones y algunos fueron declarados 'excedentes de cupo', abonándoles el 80% del sueldo. Curiosamente, no se notó que los productos bajaran de precio al desaparecer el impuesto.

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