sábado, 9 de febrero de 2013

La estatua que esconde un secreto

La estatua ecuestre del rey Jaime I en los Jardines del Parterre, en la céntrica plaza de Alfonso el Magnánimo, es uno de los monumentos más conocidos de la ciudad, y es que el aprecio por la figura del Rey Conquistador es una de las pocas cosas en la que todos los valencianos parecemos estar de acuerdo, por encima de ideologías o facciones políticas.


Aparte de su valor simbólico, la estatua es realmente soberbia y monumental, elevada sobre un alto pedestal de piedra de 7 metros que aumenta su grandeza. La figura del rey completamente armado, de tamaño superior al natural, aparece airosa sobre su cabalgadura como pareciendo indicar el camino para la conquista de Valencia. Fundida en bronce proveniente de unos viejos cañones del Castillo de Peñíscola, mide más de 5 metros de altura y pesa 11.500 kilos.

La idea de su realización surgió en torno al entonces director de Las Provincias, don Teodoro Llorente, y fue aprobada por el Ayuntamiento con la condición de que se financiase por suscripción pública. Recaudar el dinero llevó bastantes años, pero al fin pudo emplazarse sobre su pedestal el 12 de enero de 1891 en una complicada tarea seguida por numeroso público, e inaugurada oficialmente el 20 de julio del mismo año.

La estatua es obra de Agapito Vallmitjana, prestigioso escultor catalán, y fue fundida en los valencianos talleres de La Maquinista Valenciana bajo la dirección de Francisco Climent.

A la interesante historia de la creación de esta estatua hay que añadir una muy curiosa anécdota, que Mª Francisca Olmedo recoge en su libro “Callejeando por Valencia” y que asegura está corroborada por los descendientes del protagonista. Al parecer, el escultor Agapito Villamitjana deseaba como modelo para el caballo a un ejemplar verdaderamente magnífico, para lo que eligió a un extraordinario animal propiedad de Rafael Martí, transportista de Marxalenes. Este hombre, que había sido soldado miñón (una especie de milicia contra los delincuentes), siempre lucía su viejo gorro de soldado y estaba orgullosísimo de que su caballo fuera el elegido para tan noble fin, por lo que siempre que podía asistía a las sesiones de trabajo en el taller del escultor. Llegado el momento cumbre de la fundición, cuando el bronce fundido ya se deslizaba al molde, suponemos que por la emoción a Rafael Martí no se le ocurrió otra idea que lanzar su inseparable gorra de soldado sobre el metal fundido, con lo que la prenda quedó para siempre unida indisolublemente a la estatua de su amado caballo.

Pero lo que olvidó el buen transportista en ese momento de arrebato es que en el interior de la gorra guardaba celosamente un billete de mil pesetas, los ahorros de toda su vida y una verdadera fortuna para la época. Cuando pudo darse cuenta, ya era demasiado tarde y el preciado billete pasó a formar parte de la escultura de bronce.

Así que cuando pases por el Parterre y observes a Jaime I sobre su caballo, recuerda que, además de su incalculable valor histórico y artístico, esta estatua conserva en un interior una humilde gorra de soldado y un valioso billete de 1.000 pesetas de 1891.

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